Esta semana teníamos que hacer un ejercicio que consistía en que un hombre o una mujer había muerto. Por su funeral había pedido a los asistentes que le escribieran una carta cada uno para enterrarlas con él. Las tres cartas que teníamos que escribir como parte de este episodio eran por parte de la pareja del fallecido, de su pitonisa y de un desconocido. Además, debíamos darle un toque de humor negro. Al tener que meter humor ha sido de los ejercicios que más me han costado y no estoy nada contento con el resultado.
La esposa
Gustavo, cuando veo tu ataúd cerrado en el velatorio de nuestro jardín solo puedo pensar en tu larga melena castaña, tu barba bien recortada, unos ojos verdes como esmeraldas, una altura de gigante y unos músculos de culturista.
Pero cuando finalmente te fuiste al otro barrio, ya no quedaba nada de aquel hombre que solía quitarme el aliento; solo un vago de carnes flácidas, medio calvo, con barba de vagabundo y los ojos siempre vidriosos por el alcohol. Ojalá te hubieras muerto hace años, en lugar de arrastrarme contigo en tu lenta decadencia.
Cuando aquel día volviendo de la barbacoa de los Harper te empeñaste en conducir a pesar de que iba medio borracho, algo hizo clic en mi cerebro. Te acompañé a la fiesta de tu empresa en la sede del acantilado asegurándome de que no te faltaba siempre alcohol en tus manos y cuando llegó el momento de irse solo tuve que decir que no debías conducir.
Te subiste hecho una fiera al coche, asegurando que podías. Yo me quedé atrás esperando un Uber. La borrachera, el enfado y los frenos cortados hicieron el resto. Que te pudras a gusto en tu tumba, cariño.
La pitonisa
Gustavo, fuiste mi cliente favorito. No coqueteabas, no te pasabas de tu tiempo, y siempre me dabas las gracias. Siempre venías al día siguiente de alguna juerga de la que no recordabas casi nada. Querías que llenara los huecos y te dijera si lo que habías hecho tendría consecuencias.
Eras tan fácil de complacer que hasta me sentía culpable por lo poco que me esforzaba. Llegó un momento en que ni miraba las cartas antes de soltarte el cuento. Por eso no puedo evitar pensar que debería haber hecho más por avisarte cuando en tres visitas consecutivas vi la muerte rondándote.
Nunca me había pasado que la lectura fuera siempre la misma. Lo cierto es que fui a tu casa a avisarte, pero solo estaba tu mujer. Lidia, siempre tan encantadora, me prometió que te haría llegar el mensaje. Que ilusa fui.
Me atrevo a decir, viéndola hoy en tu velatorio, que no solo no te lo dijo sino que fue la causante de que no volvieras a visitarme. Supongo que el destino es así de perro e inevitable. Que te vaya mejor en tu próxima vida… aunque, viendo tus últimos años, no será un reto muy difícil de superar.
El desconocido
Hola Gustavo, no nos conocemos pero vi la fiesta que tenían montada en tu jardín para despedirme y no he podido evitar colarme. Se ve que no te llevabas bien con tu familia, porque los invitados han supuesto que yo era miembro de ella. Por supuesto, no les he sacado del error. ¿Para que arruinarles la ilusión?
Menudo derroche de comida y bebida, como si quisieran celebrar tu marcha. Y entre tu mujer, Lidia, y las compañeras de tu empresa, no faltan mujeres interesantes con las que seguro pasabas buenos ratos. Creo que nos hubiéramos llevado bien tú y yo. Por cierto, Lidia no parecía muy triste. Diría que estaba más aliviada que apenada, y bastante receptiva a mi pésame… especialmente cuando incluí un par de halagos bien colocados.
En fin, chavalito, me da que llevaste una buena vida, al menos hasta que la cosa descarriló. Parece que compartíamos los mismos gustos: mujeres y alcohol. Esta noche intentaré descubrir algo más sobre ti a través de Lidia, seguro que no te importa.