Esta semana teníamos que contar una anécdota de la infancia (nuestra, de otro o inventada). Lo cierto es que estaba pensando en escribir una anécdota de uno de los personajes sobre el que estoy escribiendo pero al final al sentarme a escribir mis recuerdos se iban a mi colegio.
Y es que tengo dando vuelvas mi infancia en la cabeza desde que me encontré, hace unos días, una foto de una amiga especial de la infancia en Instagram en una cuenta de esas de nostalgia de EGB. Así que al final ha quedado aquí un texto que bien podría estar ampliado en mis memorias si decidiera escribirlas. Espero no os resulto muy aburrido.
Hay lugares que cuando nos acercamos a ellos nos generan nostalgia, dolor y alegría. No podemos evitarlo. Nuestros pensamientos se ven arrastrados de manera irrefrenable hacia otro tiempo. En mi caso hay dos lugares así, muy cerca el uno del otro.
El primero de ellos está situado en la calle Camino de Suárez, a la altura de Marqués de Ovieco. Allí se encontraba el colegio Nuestra Señora de las Mercedes. Allí cursé la EGB completa, hice mis primeros amigos, tuve mi primer beso.
El segundo lugar está a solo dos calles de distancia. Era la casa de mi abuelo, una casa cerrada desde que mi abuelo se vino a vivir a la mía. Cuando yo tenía alrededor de 16 años, mi abuelo me dio las llaves y me dijo que fuera cuando quisiera. Solo había una cama, un viejo sofá y algunas sillas. Pero no necesitaba más.
Se convirtió en el lugar para celebrar mis cumpleaños y el de algunos amigos, jugar al rol y acabar alguna que otra cita. Unos años después,cuando la salud de mi abuelo empeoró, una de mis primas logró que le vendiera la casa para mudarse con su prometido.
De todo eso ya no queda nada. Los amigos de la infancia fueron desapareciendo uno a uno. Aquel beso se convirtió en algo más, pero también acabó. El colegio fue sustituido por un feo bloque de edificios con un supermercado en sus bajos. La casa de mi abuelo se convirtió en un bloque de minipisos para especuladores cuando mi prima la vendió sin haber llegado ni a vivir allí.
La pérdida de esos lugares no nos arrebata los momentos vividos pero aún así cuando vi cómo derrumbaron el colegio y la casa no pude evitar sentir que me arrancaban un pedazo de mi infancia y adolescencia.