Esa noche, cuando el escritor comenzó a escribir, algo extraño ocurrió: el bolígrafo no transcribía lo que estaba pensando. Aunque Jorge tardó en darse cuenta casi un folio, tan enfocado estaba con su propia idea de historia.Cuando miró lo que había escrito en la hoja, sus ojos se abrieron de par en par y se le escapó un grito. ¿Cómo era posible que hubiera escrito semejante horror? 

Se fijó en el bolígrafo que tenía en la mano y lo dejó caer con asco. No era ninguno de sus preciosos biromes fabricados a mano por aquel famoso artesano argentino. Había estado usando para escribir un dedo amputado, momificado y extrañamente alargado. Acababa en una larga uña de la que aún goteaba un líquido rojizo. 

Se levantó alejándose del papel y la herramienta de escritura. Vio que tanto el escritorio como la silla no eran las suyas. Eran dos muebles tallados en lo que parecía hueso. Miró a su alrededor y no reconoció la habitación de paredes muy oscuras, de un púrpura casi negro. 

Se sintió abrumado mientras intentaba localizar una puerta o ventana. No había ninguna en esa agobiante estancia. ¿Dónde estaba? ¿Por qué le habían encerrado? ¿Cómo había llegado allí?

De repente, todo se tornó oscuro. Cuando recuperó la visión ya no estaba en la cardenalicia sala. Veía su estudio desde la puerta y a él mismo escribiendo el esperado cierre del sexto libro de su saga. Sin previo aviso, su otro yo se llevó la mano al pecho, frunció el ceño y cayó de la silla para nunca más levantarse. 

Una figura encapuchada apareció junto a su cuerpo y dejó caer una caléndula sobre él. Se giró hacia donde estaba Jorge observando. Dos ojos rojos brillaban en la completa oscuridad bajo la capucha. 

— Sería una lástima desperdiciar un talento como el tuyo —le susurró con una boca que no podía ver—. Escribe por siempre para mí. 

Jorge asintió sin dudar. Solo vivía para escribir y la promesa de una eternidad de escritura lo satisfacía. 

De nuevo la negrura lo envolvió todo y Jorge estaba de regreso en la habitación de paredes moradas. Ahora ya no estaba asustado. Se sentó en la ósea silla. Recogió con ganas el dedo. Ya estaba listo para escribir como le iba llegando la hora a cada nuevo fallecido de la Tierra.

por McAllus

Soy Isaías, conocido en redes como McAllus. Jugador de rol, wargames, juegos de mesa y videojuegos. Adoro leer y escribir.