El curso anual terminó la última semana de mayo pero por suerte nuestra profesora Laura también da un intensivo en junio, que fue donde todo empezó el año pasado, así que me he apuntado también este año para poder disfrutar un poquito más de estas clases que tan bien me vienen en medio de la semana. Hoy os comparto el ejercicio que había que llevar a clase. Debíamos empezar con una frase concreta (a elegir entre tres).

Hacia el arcoíris

Detrás de la casa de mi abuela había un árbol centenario. Mi hermana Amanda y yo siempre jugábamos a su alrededor en las visitas. Cuando papá perdió su trabajo nos fuimos los cuatro a vivir con ella.

Cuando estábamos tristes también íbamos a él. Subíamos a sus ramas a llorar, como el día que la abuela se fue al cielo.

Mamá nos mandaba al patio cuando papá llegaba oliendo raro. Pensaba que desde allí no escuchábamos los gritos, pero sí lo hacíamos. Nosotras corríamos a nuestro lugar seguro, trepábamos y llorábamos abrazadas.

Fueron meses así hasta que mamá se fue con la abuela, no tuvo tiempo de mandarnos al patio. Papá se fue sin mirarnos.

Salimos corriendo, agarradas de la mano. Nuestro llanto se mezclaba con la lluvia. Nos dirigimos a nuestro árbol. Trepamos a sus ramas, que nos cubrieron del agua. No podíamos parar de temblar y nuestras lágrimas caían sobre su corteza.

—No lloréis más —dijo una voz que parecía salir del tronco—. Vuestras lágrimas me han regado durante demasiado tiempo. Es hora de que no sufráis más.

Algunas nubes se abrieron para dejar pasar unos pocos rayos de sol. Las ramas nos envolvieron con suavidad. Las raíces salieron del suelo y el árbol caminó hacia la base del arcoíris que se había generado al otro lado del jardín.