Esta semana debíamos escribir a un personaje en acción y que se viera como se comporta y como es gracias a sus acciones y no tanto a las descripciones.
En este caso reescribí un relato que escribí para el concurso de Círculo de Sangre que hubo el año pasado. Ese relato lo escribí en tercera persona y presente, y pienso que poca gente supo apreciar la originalidad del tiempo verbal. Así que aquí traigo la versión sosa en tercera persona y pasado.
Una noche agitada
Leire se dejó caer desde el muro que rodeaba el edificio de la Universidad. Cayó con gracilidad, casi deslizándose por la pared. Cuando tocó el suelo rodó con elegancia. Echó a correr aprovechando las sombras para abandonar la plaza de Arkan.
Mantuvo un trote ligero hasta alcanzar las dos manzanas de distancia. En ese momento se paró, recuperó con rapidez el aliento y tiró la capa en una esquina. Dio comienzo a un paseo calmado, disfrutando la preciosa noche de luna llena.
Le tocó detenerse un par de veces para orientarse. Aún llevaba poco tiempo viviendo allí y a veces se perdía en la majestuosa urbe. No pudo evitar acariciar la bandolera que contenía los pergaminos. No encontraba sentido alguno a los dibujos que vio antes de enrollarlos en el laboratorio.
– Y ni ganas de entenderlos –murmuró mientras pensaba en la enorme bolsa de centellas que obtendría por ellos.
De repente, un estruendo retumbó por toda la metrópolis. Los temblores no tardaron en seguirlo. La calle se partió en dos tragándose a una pareja de jóvenes que iban por delante, ella casi perdió el equilibro.
Los gritos resonaban por todas partes mientras trozos enteros de casas caían por la enorme zanja. No se veía el fondo. Calculó cuantos eslabones la separaban del otro lado. Saltar era la única manera de llegar a la entrega.
– He saltado huecos más grandes entre tejados –se dijo mientras se alejaba del borde.
Cogió carrerilla, saltó y pisó el otro lado sin problema. Suspiró y un nuevo temblor hizo que trastabillase hacia el borde. Recuperó el equilibrio y se alejó corriendo. Entró a una nueva plaza de la que no recordaba el nombre.
Mientras la cruzaba no pudo evitar fijarse en un elfo vestido con harapos que se agachaba a recoger una cadena. Abandonó la plaza sin imaginar lo que ese elfo desencadenaría en los siguientes días.
Corrió sin parar, agradeciendo su buen estado de forma. Giró la esquina a toda velocidad y, sin tiempo para reaccionar, chocó contra la espalda de un hombre enorme vestido con ropajes de cuero viejo y sucio.
Cayó estrepitosamente al suelo, haciéndose daño en la pierna y viendo como su bandolera salía volando al otro lado de la calle. Aún derribada levantó la cabeza con un comentario malsonante en los labios pero se quedó congelada. Le devolvió la mirada una cabeza de hiena que se pasó una gruesa lengua por el hocico. Varias gotas de saliva le cayeron en los pantalones.
Leire se arrastró como pudo pero no logró alejarse los suficiente cuando el monstruo levantó una clava enorme con sus brazos musculosos. Cerró los ojos. Pero el golpe nunca llegó. Los abrió justo a tiempo para ver como se derrumbaba el ser. Un hombre encapuchado sacudía un estoque y una daga ensangrentados. El desconocido se acercó a ella envainando sus armas.
— ¿Estás bien? — preguntó tendiéndole la mano.
Leire asintió, aceptando la mano aún temblando. Solo le preocupaba ver donde estaba su bolsa. A unos pocos pasos vio a un joven registrándola.
Iba a gritarle pero de su boca solo salió una burbuja de sangre. Estaba tan tensa que no había sentido como el puñal de su rescatador le perforaba las entrañas.
Antes de que su alma se desvaneciera la Gran Corriente, sus ojos se encontraron con el rostro oculto bajo la capucha. Era él. Su patrón.