Esta semana debíamos escribir un relato sobre un personaje en medio de un conflicto. Siempre ando rondando en la cabeza escribir sobre fantasía urbana actual y me ha vuelto a salir algo con esa inspiración.

El día estaba nublado y la humedad del ambiente se pegaba a la piel de Miguel mientras trabajaba en el jardín. Había pasado muy mala noche, atormentado con sueños poblados de guerra, enfermedad, hambre y muerte. Con todo lo malo que se veía en las noticias, no le extrañaba ver eso mismo cuando cerraba sus ojos.

Sintió un pinchazo en la mano y vio que había estrujado una de sus amadas rosas. Suspiró y se levantó dejando los aparejos de jardinería allí mismo.

—Me haré una tila —dijo, caminando hacia la casa.

—¿Y harías otra para tu hermana?

Se giró rápidamente y miró a la joven de ojos celestes, reflejo de los suyos. Ella tenía una larga melena rubia que le caía sobre los hombros, un marcado contraste con su propio cabello corto y despeinado.

—¿Qué haces aquí, Ariel?

—Llevabas demasiado tiempo desaparecido, estábamos preocupados —La mujer se le acercó—. Me ha costado mucho encontrarte. Tienes una casa preciosa.

—Podías haberlo tomado como una señal de que no quiero saber nada de vosotros.

—¿Qué te hemos hecho para merecer esto?

—Lo que padre me obligaba a hacer cuando estaba a sus órdenes —Le puso la mano en el pecho— Será mejor que me digas como me has encontrado, después te marcharás y no volverás a buscarme.

La joven apartó el dedo con suavidad y fijó su mirada en la alianza que llevaba en el dedo.

—Tengo órdenes de llevarte conmigo —replicó sujetando la mano de su hermano entre las suyas— Ven conmigo ahora y no diré que te has casado.

Se miraron fijamente a los ojos. Miguel se separó de ella bruscamente y comenzó a caminar en círculos por el jardín frotándose la cara con ambas manos. Su hermana lo seguía con la mirada en silencio. Tras unos minutos fue a decir algo pero Miguel se adelantó.

—¿Me queréis de vuelta para lo que imagino?

—Sabes perfectamente que sí. Por favor, hermano, no te hagas más de rogar.

En ese momento un autobús escolar paró delante de la casa. Dos adolescentes se bajaron y tras despedirse, una de ellas se dirigió hacia el jardín. Miguel se fijó en como su hermana miraba de arriba a abajo a su hija abriendo los ojos de par en par.

—¡Has tenido una hija! —gritó, girándose hacia su hermano.

—¿Papá, que pasa?

—Entra en casa, Carol —respondió apartando a su hermana del camino—. Luego te lo explico cuando termine de hablar con esta inoportuna y maleducada visita.

Cuando la chica entró en la casa, se acercó a hasta estar casi tocándola. Su hermana no pudo evitar dar un paso hacia atrás.

—Si juras no decir nada y dejar a mi hija en paz, me iré contigo después de hablar con ella.

—¿Qué no diga nada? ¿Estás loco?

Pegó su rostro al de ella.

—Me necesitáis. Los cuatro están despertando, lo he visto.

—Estás en lo cierto pero esa abominación que has traído al mundo no puede seguir existiendo.

Miguel tensó los hombros y empujó a su hermana, que se precipitó contra el suelo. Tenía la respiración acelerada.

—Si tú o cualquiera de los otros se acerca a mi hija, morirá —cuando la señaló lo hacía con una espada de fuego que había aparecido de la nada— Estaba dispuesto a acompañarte pero ahora, con inmenso dolor, debo rechazarte. Vete y no me busquéis de nuevo.

—Miguel, por el amor de Padre, tú has cazado a esos engendros desde que cayeron el Lucero del Alba y sus seguidores.

—Te lo repito, Ariel, vete ahora y olvidaos todos de mí —Sus ojos estaban vidriosos.

—El apocalipsis va a empezar y tú traicionas al Cielo y a nuestro Padre —la mujer se levantó despacio sin apartar la vista de la hoja llameante— Puede que la lucha contra el infierno nos tenga ocupados un tiempo pero al final nos ocuparemos de ti.

Ariel desplegó unas alas emplumadas blancas desde su espalda. Estaba diciendo algo más aunque su hermano ya no la escuchaba. Se lanzó sobre ella y de un solo golpe de su espada la decapitó. Un destello cegador llenó toda la manzana durante unos instantes. Donde había estado su hermana solo quedaban cenizas.

La espada había desaparecido cuando se giró hacia la puerta que Carol abrió. Se secó las lágrimas que recorrían sus mejillas. La presión en el pecho era casi insoportable cuando habló, lo hizo con apenas un hilo de voz.

—Hija, empaqueta lo esencial. Tenemos que irnos.

por McAllus

Soy Isaías, conocido en redes como McAllus. Jugador de rol, juegos de mesa y videojuegos. Adoro leer y escribir.

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