Tinume se acercó a la camilla donde tenía atado a su nuevo espécimen. En otros tiempos el ser atado por las enormes cadenas fue un humano pero ya no lo era. Se podría decir que estaba tan cambiado como él. Del aeldari que fue en otros tiempos ya no quedaba más que su nombre. Primero fue un drukhari más pero sus habilidades le convirtieron en un maestro del dolor y un artesano de la carne: un hemónculo.
— Os llaman custodes, ¿verdad? —su presa se agitó en las cadenas y masculló con la mordaza que le tapaba la boca. —Siento haberte amordazado y que no podamos escuchar, pero una vez tuve aquí un astartes y resulta que pueden escupir ácido.
Tinume se rió mientras recogía un bisturí extremadamente afilado.
— Me tocó reconstruirme la mitad de la cara —comenzó a rajar con cuidado la garganta del custode— Así que primero voy a examinar que tienes por el cuello y luego te quitaré la mordaza para poder escuchar como gritas de dolor mientras veo en que nueva arma puedo convertir tu carne.