Para esta semana teníamos que escribir un relato en tercera persona que sube al ático de la casa. Allí encuentra una caja o baúl de un familiar fallecido. Dentro habrá algo que cambiará la concepción que tenía de esa persona.
El ático
La casa que tenía delante era vieja, muy vieja. Por lo que había mirado en Google tenía de más de cien años. A pesar de todo, su propietario, más bien anterior propietario, la había cuidado. Domingo recordó el impacto cuando el abogado le contactó para decirle que su padre, que le abandonó cuando tenía siente años, le dejó una casa en herencia.
Tras ordenar sus pensamientos, se acercó a la puerta. Dudó durante unos instantes con la llave introducida en la cerradura. Un par de manos pequeñas, suaves y de ébano cubrieron la suya.
—Por Dios, Domi, vamos pa dentro ya —Bárbara acompañó sus palabras con un giro de muñeca que abrió la cerradura.
—Barbi, estaba pensando en mí…
—Lo entiendo, pero me aburro.
—A veces no sé por qué seguimos siendo amigos.
—Porque soy la única que te soporta. —Le dio un beso en la mejilla. Pasó delante —Aprovecha y mira que bien me quedan estos vaqueros.
Domingo sonrió. Era cierto que los vaqueros realzaban su culo bien entrenado en gimnasio. Lástima que a él eso no le atrajera. Recorrieron un pasillo que tenía a la izquierda la cocina y a la derecha un aseo. Todo estaba lleno de polvo. Los muebles no eran modernos, pero estaban muy bien cuidados.
—Esa hornilla de gas tendrás que cambiarla por una vitro.
—Ni de coña. Después del apagón pienso tener cocina a gas.
—La verdad es que a eso no te puedo replicar. No te acostumbres.
Se rieron. Domingo aceleró el paso y logró entrar primero al salón.
—¿Por qué crees que después de casi 30 años desaparecido te ha dejado una casa en herencia?
—Lo mismo se arrepintió en su lecho de muerte. —Encogió los hombros— O tal vez la casa esté embrujada.
—O lo mismo tiene una hipoteca enorme.
El salón tenía una estantería llena de libros que cubría toda una pared.
—Se ve que el tiempo que no te dedicaba lo invertía en leer.
—Deja de intentar que le desprecie aún más. Que encima tenía la casa en nuestra misma ciudad.
Ella se giró y le dio un abrazo.
—Sabes que digo esas cosas porque me importas, ¿verdad?
—Sí, lo sé.
Estuvieron unos instantes abrazados. Domingo no pudo evitar recordar como ella le recibió con un abrazo cuando fueron presentándose a los vecinos cuando se mudaron al irse su padre.
—Venga, veamos si hay un desván.
Bárbara le soltó y subió corriendo. Pasó de la segunda planta y tomó la empinada y pequeña escalera que subía hasta la buhardilla de la casa. Él la siguió un poco más despacio. En la segunda planta había tres habitaciones y un baño. Luego las miraría.
—¡Qué decepción!
Domingo entró y entendió la decepción de su amiga. El ático lleno de polvos y telarañas. Había un enorme baúl en el centro. Se acercaron a él. Era muy simple, ni un solo adorno o grabado recorría su superficie.
—¿Qué piensas que habrá dentro, Barbi?
—Lo mismo es una caja maldita, como la caja de Pandora.
—Bueno, no creo que queden muchos males que liberar en el mundo.
Domingo abrió la tapa. Miraron dentro. Estaba todo lleno de carpetas de clasificación como las que se usan para los informes médicos o los expedientes académicos.
—Parece que tu padre se traía trabajo a casa.
—Mi padre era electricista, no creo que rellenase informes de sus clientes.
Cogieron una carpeta. Estaba llena de fotos de un hombre con traje en diferentes zonas de la ciudad. Estaba a punto de empezar a leer los informes que acompañaban la foto, cuando un clic les hizo girarse.
—Soltad esa carpeta y cerrad el baúl —les amenazó un hombre vestido con un traje negro y gafas de sol. Les apuntaba con una pistola de gran calibre.
Obedecieron.
—Espero que no hayáis visto demasiado.
—No, señor, acabamos de llegar —respondió Domingo, poniéndose delante de su amiga.
—Tu padre nunca debió traerse estos documentos a casa, pero era el jefe del equipo así que no podía discutirle. —Miró a los dos chicos de arriba a abajo— Vais a hacerme el favor de llevar el baúl hasta mi coche y luego lo olvidaréis todo.
—¿Pero a qué se dedicaba el señor Ramírez?
—Niña, si respondiera tendría que matarte.
Comenzaron la ardua tarea de bajar el baúl y meterlo en el coche.
—Recordad, no habéis visto nada.
El hombre subió al vehículo y se marchó.
Estuvieron unos instantes en silencio viéndole alejarse. Bárbara fue la primera en romperlo.
—¿Te das cuenta, Domi? Quizás tu padre no os abandonó porque quiso. ¡Era un espía!