Esta semana fuimos solo cuatro en el taller (de seis) así que tuvimos tiempo de hacer dos actividades en la clase. Se ha incorporado una compañera nueva así que aprovecho para darle la bienvenida a Irene. La primera actividad fue de escritura automática con palabras aleatorias (que la profesora nos va soltando mientras no paramos de escribir) y la segunda escribir algo a partir de un inicio y palabras aleatorias (aunque aquí teníamos todas las palabras de golpe). Os dejo, como siempre, señalando en los relatos las palabras y la frase de inicio en negrita y rojo dentro del artículo.
Entrenamiento
—Mantén el equilibrio, niño —le gritó el anciano tras una larga calada a su pipa.
—Sí, sensei —respondió, para justo después caer del palo vertical y acabar hundido en el lago.
—No pienses, esto debería ser natural para ti. Un acto reflejo.
El chico salió empapado. En el mismo instante que puso un pie en la orilla vio la piedra volar hacia él. La esquivó por los pelos y, sin ninguna pausa, otra volaba ya hacia él. Volvió a evitar el impacto por poco.
—Fluye, chico. Tu cuerpo no es más que un instrumento al servicio de tu mente.
La tercera piedra le golpeó en medio de la frente.
—No sé que te pasa hoy —resopló tendiéndole la mano para levantarle—. Vamos a parar por esta mañana. Ve al pueblo a vender las setas que recogimos antes y retomamos esta tarde tu entrenamiento.
—Sí, sensei —el chico cogió el canasto y salió corriendo.
****
Cuando regresó a borde del lago, su maestro estaba sentado a contraluz. Parecía dormido. El muchacho tuvo la idea de acercarse tratando de ser silencioso e invisible. Iba a darle un buen susto para despertar a ese viejo gruñón de pelo blanco.
—No te atrevas ni a dar un paso más o será tu último error —dijo el anciano sin abrir los ojos.
Solo
La estación de tren estaba vacía. George había estado leyendo «La economía de las flores«, el libro que le regaló su chica por el aniversario la semana pasada. No se había dado cuenta de que pasó el tren y todo el mundo se había subido. En parte era casi bonito ver la estación vacía, en silencio, sin decenas de personas hablando.
A pesar de ello le resultó extraño que no llegase nueva gente para el siguiente tren. Guardó el libro, doblando la esquina de la página por donde iba y no pudo evitar imaginarse a Rachel diciéndole: Amor, no la dobles, usa un marcapáginas».
Miró los carteles luminosos de la estación y solo había caracteres extraños de color rojo donde debían anunciar el siguiente tren. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Sacó el móvil y vio que los mismos caracteres salían allí. Se le secó la boca. Bebió un poco de agua que llevaba siempre en la mochila.
«¿Quizás estoy dormido?» pensó. Se pellizcó el brazo, pero no despertó. Aunque claro, tampoco sabía si eso que decían en las películas era cierto.
Corrió fuera de la estación y observó que toda la calle estaba desierta y las pantallas que veía a su alrededor tenían los mismos caracteres extraños que el metro o su móvil.
Sin parar de correr se dirigió a su casa, temiendo lo que no iba a encontrar allí.

