En el ejercicio de esta semana en clase recibimos tres cartas al azar de corte bastante surrealista. Teníamos que escribir lo primero que se nos inspirasen esas cartas, y eso fue lo que me salió a mi. Os dejo las fotos al final del relato.
La pareja entró corriendo, agarradas de la mano, en el bosquecillo que rodeaba la finca donde se celebraban la gran fiesta por las bodas de plata de los padres de ella. El sol brillaba con fuerza sobre los árboles.
Se besaban, reían, perseguían en un juego de seducción propio de los recién enamorados. El joven entró en un claro cuando perdió de vista a su amada.
—¿Dónde estás, Mel?
Sin mediar palabra ella saltó encima de él y lo derribó, entre besos y caricias.
—¿Qué hacéis? —preguntó la voz de una niña.
Giraron las cabezas y vieron a una chiquilla de no más de cinco o seis años, sentada en una roca con una pelota anaranjada que parecía casi brillar.
—No creo que alguien con tu edad deba saberlo —dijo Mel riendo.
—¿Estabais haciendo bebés? —preguntó.
—Mira que espabilada la enana —dijo él.
—No seas impertinente, Rickard.
—Eso Rickard, no seas impertinente —repitió la niña poniéndose de pie y tirando la pelota al suelo, que se hizo añicos. La noche cubrió el bosque—. Si queréis salir tendréis que hablar con el señor elefante. ¡Pasadlo bien!
Salió corriendo, perdiéndose entre los árboles.
—¿Qué hacemos, Mel? —preguntó el joven al ver que no quedaba ni rastro del camino por el cual llegaron.
Mel le agarró la barbilla y le hizo mirar más allá del claro, hacia una enorme torre que se elevaba muy alta por encima de los árboles. En la cima un elefante con alas revoloteaba con un juego de llaves en la trompa.
—Creo que iremos a hablar con el señor elefante —respondió Mel quitándose los tacones y echando a andar en dirección de la torre.
Rickard fue corriendo tras ella. Les esperaba una noche muy larga antes de volver a casa.


