Esta semana teníamos que escribir un relato inspirado en el autor húngaro László Krasznahorkai, Premio Nobel de Literatura 2025. Su literatura se caracteriza por largos párrafos sin puntos y aparte. La verdad es que me costó bastante elegir sobre que escribir. No lograba que me encajara en la novela de fantasía un trozo así y recordé la pequeña antología de relatos cyberpunk que ya presenté por aquí uno trozo. Ese relato ya lo he ampliado mucho tanto por detrás como por delante pero quería ampliar el trozo del hackeo así que la actividad de clase me ha venido bien para eso.
Os pongo justo el párrafo previo y el posterior para que sepáis donde encaja si leísteis el otro relato. Al final tiene pinta de que en las actividades de clase iré saltando entre la novela de fantasía y los relatos cyberpunk según encajen más con el ejercicio que toque hacer para casa… aunque para la semana que viene puede que no escriba para ninguno de los dos, creo que voy a escribir un pequeño artículo de tipo ensayo/opinión.
Rebecca estaba sumergida en una bañera llena de agua con hielo. Sus ojos estaban en blanco. De los implantes de la parte posterior de su cráneo salían unos cables que la conectaban a la Holored a través de la red segura del local. Esta conexión directa al cerebro le aseguraba trabajar a la mayor velocidad.
Cuando activó la inmersión, el mundo real pasó a ser poco más que una leve molestia en sus sentidos. Sabía que Roger se encontraba a su lado, controlando sus constantes y la temperatura interna de su cerebro. Rebecca estaba de nuevo en su verdadera casa: ya no había cuerpo, gravedad o aire, solo una caída sin fin a través de los canales de datos. Una mente menos preparada, se habría perdido en el ruido del tráfico digital golpeando su yo virtual, como un huracán compuesto de números, pero ella encontraba siempre el camino hasta llegar a su objetivo: la red del edificio central de Chimera Security Group en Málaga. Creó una representación en forma de ciudad de cristal negro, con capas concéntricas de rascacielos, protegidas por muros de cortafuegos. Su corazón se aceleró ante tal despliegue de defensas —no importaba, ella era Salteadora Roja y ningún firewall podía detenerla—. Se concentró en los paquetes de información que entraban y salían de la red, y lo vio: un mensaje con un cifrado demasiado simple, una comunicación personal desde algún dispositivo corporativo, soltó su mejor código de infiltración, y siguió la respuesta del mensaje al interior de la red. Los protocolos de vigilancia se movían a su alrededor como enjambres luminosos. Lanzó su segundo movimiento, adherir un troyano de fácil detección a otro mensaje de la misma conversación, su mensaje dejó de ser sospechoso y se deslizó al interior de la intranet. Ahora venía la parte más difícil, Rebecca tuvo que programar un gusano en tiempo real porque no había podido llevarlo con ella en la infiltración; ese virus debía abrir un canal seguro e indetectable hacia el exterior para poder pasar la auténtica pieza de software que su arreglador quería que introdujese. Sus implantes neuronales permitieron abrir una segunda línea de pensamiento para seguir profundizando —la instalación debía realizarla en la red de los ejecutivos—. Se acercó al acceso con suspicacia, las defensas no eran tan fuertes como suponía. Esperó a que un nuevo dispositivo se conectara a la red para romper el cifrado de la conexión inalámbrica y entrar en la parte digital más privada. Todo se volvió rojo, los sonidos de alarma se extendieron por toda la red, los estímulos le impedían concentrarse. Trató de volver por donde había entrado, pero el acceso se había cerrado detrás de ella. ¡Era una trampa! La bombardeaban con oleadas de código basura para mantenerla conectada, querían rastrearla. Cada vez pensaba más despacio —el bombardeo de datos estaba friéndole los implantes—; logró encontrar una nueva conexión que se abría, ajena a la alarma. Pudo romperla gracias a que los dispositivos no podían actualizar el firmware de seguridad si no se conectaban primero a la red. Buscó el gusano que había dejado excavando en la red exterior, modificó su código para que trabajase más deprisa —ya no importaba ser detectada— y mientras salía de la red de Chimera vio un mensaje que se repetía por el flujo de datos: TE TENEMOS.
—Corta —dijo con un susurro que fue un esfuerzo desgarrador. Era difícil hablar mientras estaba en un trance de conexión tan profundo.
Roger no dudó. Conocía la palabra de seguridad y, a pesar de los riesgos, arrancó los cables de conexión de un tirón. Rebecca sintió una fuerte punzada en la cabeza, la secuela inevitable de una desconexión en caliente.

