La imagen es un póster con un fondo blanco. En la parte superior, varias nubes de color azul claro flotan en el cielo. Entre y alrededor de estas nubes, hay muchos libros abiertos de tapas claras que parecen volar o levitar, evocando la idea de la imaginación y las ideas volando. En el centro de la imagen, en letras grandes y cursivas de color verde azulado, se lee 'Taller de escritura creativa'. Debajo, en letras más pequeñas y negras, se indica 'Coordina: Laura Santiago Díaz'. También hay un libro abierto en la esquina inferior izquierda, reforzando el tema de la lectura y la escritura.

Esta semana en el ejercicio para casa, debíamos tratar de escribir un relato cotidiano introduciendo temas filosóficos o reflexivos. Nuestra inspiración debía ser Clarice Lispector. La verdad es que no lo he conseguido, pero es que tampoco me esforcé mucho. Al final lleve el relato un poco a mi terreno y escribí un relato tirando un poco al terror psicológico. Aunque aún así creo que dejo el mensaje de que no siempre los padres cuidan a sus hijos como deberían y la importancia de los recuerdos (los que siempre vienen a nuestra cabeza y los más olvidados).

Reflejos

Imagen de un espejo antiguo con los bordes como de bronce. Está decorado con cabezas y cuerpos completos de puttos (ángeles bebés). La superficie reflectante del espejo está muy estropeada por el paso del tiempo.
Créditos de la imagen www.westlandlondon.com

Carla giró la llave y abrió la puerta. Hacía quince años que no pisaba aquel lugar, desde la última discusión con sus padres. Nunca más volvieron a hablar y ya no podrían hacerlo. Desde que sus padres fallecieron, el mismo día por causas que parecían naturales, ella había retrasado todo lo posible su regreso a la casa donde creció. Al final se plantó allí por la insistencia de su hermana para que recogiera lo que quisiera y venderla.

Entró al pasillo del que salían la cocina, una habitación y un aseo. Entre las puertas de la cocina y el aseo había un espejo barroco de bronce. En el suelo una sábana que debía cubrirlo estaba caída. La recogió y, sin saber por qué, lo limpió. Se vio en su superficie unos instantes, y luego la escena cambió.

Era ella de niña, debía tener cinco o seis años. Corría por el pasillo con una pelota, se paró casi al límite del reflejo y la lanzó hacia el otro lado. Casi pudo escuchar la risa de quien la recibió, quizás Michelle o alguna amiga. Al momento la pelota volvió pero no pudo atraparla y rompió un jarrón que había en una mesita en medio del pasillo. Su madre lo recogió y quitó para siempre esa mesa de allí. Esa fue la última vez que una travesura no se convirtió en gritos.

Parpadeó y volvió al presente. Se fijó en las horribles ojeras que tenía, que ni el maquillaje ocultaba del todo. Siguió recorriendo el pasillo que desembocaba en el salón comedor. El silencio era tan absoluto que casi le dolía. En esa vivienda nunca hubo silencio, ni mucho menos la paz que ahora sentía.

Lo recorrió todo, no encontró ningún otro mueble que no estuviera tapado. Eso seguro que era cosa de Michelle. «Debí venir contigo en lugar de retrasar tanto este momento». Estaba parada en el vestidor de su madre. Toda la ropa estaba empaquetada ya pero el espejo de pie seguía allí. «Que presumida fuiste siempre». Retiró la sábana.

Al mirarse de cuerpo entero por unos instantes se vió muy gorda, pero enseguida se aclaró la vista y volvió a verse tan escuálida como siempre. No pudo evitar recordar los desfiles de modelitos que su madre realizaba para sus hijas, aunque desde que Michelle entró al instituto ya solo desfilaba para Carla. «Eras guapísima. Incluso cuando nos gritabas, lograbas que tu cara no se afease».

De pronto recordó el día que estaba su madre probándose su nuevo vestido amarillo escotado. Su padre apareció, vestido de uniforme, en la puerta del vestidor arrastrando del brazo a su hermana. Venía con su largo pelo moreno despeinado, la ropa desordenada, los ojos vidriosos y las mejillas enrojecidas.

—La guarra de tu hija estaba medio desnuda, comiéndole la polla al quarterback—la empujó al interior del vestidor—. Que, además, es tres años mayor que ella.

Carla recordaba cómo lloró esa noche su hermana, que acababa de cumplir quince años, contándole la manera en que su padre les sorprendió en el coche del chico y se lo llevó arrestado. «Nos quedamos heladas cuando papá nos contó con una sonrisa que el chico se había ahorcado en su celda. Creo que ese fue el día en que la familia se terminó de resquebrajar para siempre».

Cerró la puerta del vestidor y regresó al salón. Sin pensar, le quitó la tela al espejo grande del salón que estaba encima de la tele frente al sofá. Se sentó en un sillón de una plaza, que ocupaba el sitio donde antes había un enorme sofá. Vio que en la mesita, justo delante, había un álbum de fotos con una nota: «Sé que no querrás nada, pero si algo podría interesarte es este álbum. He llorado mirándolo. Llámame cuando acabes.«

Se pasó horas repasando las fotografías. Cuando alguna le traía recuerdos impactantes, levantaba la cabeza y miraba la superficie reflectante. Por algún motivo, así veía más nítidos esos momentos. Recorrer esos recuerdos fue muy doloroso, la mayor parte del tiempo no hubo felicidad cuando sus padres estaban presentes, aunque ellas dos siempre se apoyaron y encontraron las formas de aguantar hasta sus respectivas épocas de universidad.

Cuando la luz ya empezaba a desvanecerse del salón, cerró el libro y levantó la mirada. Vio el reflejo de una anciana sentada en el desaparecido sofá. Estaba muy delgada, la piel se pegaba a sus huesos casi como si no hubiera músculos. La mujer estaba sucia, con el pelo gris quebradizo y los ojos cerrados. El sofá estaba cubierto por los excrementos de la mujer.

Se levantó temblando. Al hacerlo la mujer abrió los ojos y la miró con las pupilas cubiertas de cataratas. Agarró su bolso, el álbum y salió corriendo. Cuando llegó al pasillo no pudo evitar mirar la superficie reflectante cuando pasó por delante. De nuevo estaba allí la vieja pero esta vez de pie y señalándole con el dedo.

Atravesó la puerta de la vivienda y cerró de un portazo. Tenía claro que nunca volvería. Se sentó en el coche y llamó a su hermana con el manos libres.

—¿Diga? —preguntó la voz de Michelle.

—Hola, hermanita —Carla ajustó el espejo retrovisor para retocarse el maquillaje y vio a la octogenaria en el asiento de atrás. Gritó.

—¿Qué pasa, Carla? —Hubo un largo silencio.

—Tranquila —respondió con voz temblorosa—. Estaba sugestionada por los recuerdos y me pareció ver algo en el asiento de atrás. ¿Te importa si voy a tu piso y paso la noche con vosotros?

—Claro que no, ven.

—Estoy allí en media hora.

—Hasta ahora.

Carla arrancó el coche. Cuando unos minutos después entró en la autovía, tiró el álbum por la ventanilla.

por McAllus

Soy Isaías, conocido en redes como McAllus. Jugador de rol, juegos de mesa y videojuegos. Adoro leer y escribir.

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