Esta semana para casa nos mandaron escribir un cuento. Teníamos que tener en cuenta varios conceptos de los cuentos, entre ellos que hubiera una historia «pública» y otra escondida, que puede revelarse al final o solo insinuarse. Yo lo he insinuado y al final he revelado la verdad pero estaba pensando en dejarlo solo insinuado.
La cosa es que esto se me ocurrió yendo en el tren y luego pensé en como integrarlo dentro de mi proyecto del año en el taller, mi novela de fantasía, así que al final escribí una escena donde un personaje le cuenta a su amante este cuento en forma de leyenda porque han visitado el pueblo de donde surgió. Esa escena ya la leeréis en la novela.
Canciones en la niebla

Richard terminó de ajustar las cuerdas de su arpa. Se pasó la mano por su frondoso pelo blanco, como hacía siempre antes de tocar.
Unos bellos acordes recorrieron las hojas de los árboles. Incluso los insectos y animales nocturnos se callaron.
—Amor mío —susurró una voz de mujer.
Una joven vestida con un elegante y vaporoso vestido rojo surgió de la niebla que rodeaba la pequeña colina donde estaba sentado el hombre, apoyado en un enorme y viejo ciprés.
—Qué alegría verte, luz de mi vida.
—Deberías dejar de venir —Se acercó sin hacer ruido y se sentó a su lado—. Sabes que no podemos estar juntos.
—Estos instantes son mi razón de vivir.
Ella sonrió con tristeza y asintió.
—Pues toca para mí la canción con la que me cortejaste.
Él sonrió y, con lágrimas en los ojos, comenzó a tocar la más bella melodía que cualquier ser hubiera oído jamás, y que por siempre sería solo para ella.
—Deléitame con tu bella voz, Kira —le dijo al acabar.
Nuevas notas salieron del arpa para acariciar la noche. La voz de la mujer cantó una letra que habría hecho llorar al mercenario más duro.
Toda la noche se intercalaron canciones alegres, melancólicas, tristes e incluso subidas de tono.
Cuando el sol asomó de manera tímida más allá de las copas, él murmuró:
—Hasta la próxima luna nueva, hermosa guardiana de mi corazón.
—Adiós, amor mío. Ojalá pudieras olvidarme.
—No será así.
—Lo sé.
La mujer se alejó hacia el interior del lugar, perdiéndose en los últimos jirones de niebla.
El bardo bajó la pequeña colina. La niebla ya había desaparecido cuando entró en el familiar camino empedrado. Se acercó a la segunda lápida a la izquierda de la senda y la acarició antes de marcharse. Solo en ese instante los pájaros empezaron a cantar.
En la lápida podía leerse:
Kira Warrington
156-173_
La luz más brillante y hermosa se apagó demasiado pronto.