Este relato lo presenté a la 43.ª Edición de Microrrelatos del Vuelo del Cometa. La temática era que estaba limitado a 500 palabras y debía estar inspirado por la imagen que veis en la cabecera de este artículo. Por supuesto no gané, pero no aspiro a ello. Presentar un relato a concurso, para mi, es superar la vergüenza a que otros lo juzguen y además usarlo como ejercicio para obligarme a escribir… Especialmente ahora en verano que el calor me tiene sin ganas.
La ascensión
Sir Brendon terminó de subir la pendiente que llevaba a la catedral, arrastrando su espada larga por el suelo. Sujetaba en la mano derecha lo que quedaba de su escudo. La subida desde el foso casi le había costado la vida, pero eran los otros solicitantes quienes no verían un nuevo amanecer.
Observó las puertas de piedra negra, custodiadas por dos guerreros vestidos con armaduras de color escarlata. Esas armaduras estaban en un estado impecable, no como la suya, que estaba llena de cicatrices por las batallas libradas.
Cada paso era una punzada en sus rodillas, un crujido de las placas de la armadura y un chirriar de la espada contra la piedra. Cuando llegó ante los caballeros, inclinó la cabeza. Ambos le devolvieron el saludo antes de girarse. Empujaron las hojas de la puerta y un fuerte chirrido acompañó el movimiento, revelando la majestuosidad del interior.
Largas hileras de bancos de mármol bordeaban un pasillo cubierto por una alfombra roja. Las vidrieras que representaban diferentes santos y héroes lo juzgaban mientras recorría el camino hacia el enorme altar. Lámparas con forma de araña iluminaban el interior.
A mitad del camino, reunió fuerzas para envainar la espada, que había dejado un destrozo en la alfombra. En el centro del altar había un púlpito en el que descansaba el libro con las sagradas escrituras. A la izquierda había un viejo y elegante trono. Sentado en él se encontraba un hombre demacrado vestido con la túnica púrpura del clero.
Los minutos que tardó en llegar hasta los pies del altar le parecieron una eternidad, casi tan larga como el propio camino a la Ciudad Santa. Con un esfuerzo titánico logró arrodillarse.
— Soy Sir Brendon de la ciudad de Malga. He ascendido desde el reino inferior para suplicar vuestro favor —permaneció inclinado, con la frente tocando el suelo de roca del primer escalón—. Superé las pruebas y vencí a los aspirantes de las otras ciudades estado para merecer este privilegio.
El sacerdote giró su rostro casi cadavérico, cubierto por una piel arrugada que se pegaba por completo a los huesos.
—Cada vez sois menos los suplicantes que llegáis —dijo el hombre con un susurro ronco—. Levántate y acércate a besar mi anillo.
—Gracias, Eminencia.
Se levantó más despacio de lo que le hubiera gustado. Subir los tres escalones hasta el obispo fue un tormento, pero todo el esfuerzo y el dolor de la subida se vería recompensado.
Se arrodilló. De nuevo el dolor en las rodillas y la espalda estuvieron a punto de hacerle caer. Acercó sus labios a la mano extendida y la besó. En cuanto sus labios rozaron el anillo del dedo índice, se quedó paralizado. Las fuerzas le abandonaban y cayó de lado. Vio como el sacerdote se levantaba rejuvenecido y le miraba.
—Acepto tu sustento Sir Brendon de Malga, tu ciudad será bendecida hasta el próximo ciclo.
Sir Brendon cerró los ojos para siempre, con una sonrisa en los labios.